En el prólogo al segundo libro de esta obra se encuentra uno
de los Mapa Mundi más conocidos de la cultura altomedieval europea. El objetivo
de este mapa no es la representación geográfica del mundo sino el de servir
como ilustración de la diáspora evangelizadora de los Apóstoles durante las
primeras décadas del cristianismo. Beato se basó para confeccionarlo en los
datos proporcionados por San Isidoro de Sevilla, Ptolomeo y las Sagradas
Escrituras. El mundo se representa como un disco de tierra rodeado por el
Océano y que se divide en tres partes: Asia (semicírculo superior), Europa
(cuadrante inferior izquierdo) y África (cuadrante inferior derecho). El Mar
Mediterráneo (Europa–África), el Río Nilo (África–Asia) y el Mar Egeo y el
Bósforo (Europa–Asia) separaban a las masas continentales. El Mapa Mundi de
Beato de Liébana es la primera obra cartográfica que muestra la existencia de
la Terra Australis. A pesar de que esta tierra hipotética ya había aparecido
citada en las obras de Claudio Ptolomeo o San Agustín de Hipona, lo cierto es
que el mapa contenido en los Comentarios al Apocalipsis, es el primero que
refleja la existencia de este continente austral, que a partir de este momento
aparecerá repetidamente multitud de mapas y originará innumerables expediciones
en su búsqueda, como las de Fernández de Quirós y Abel Tasman, que culminarán
en el descubrimiento de Australia. Beato estaba convencido de la llegada
inminente llegada del Fin de los Tiempos, que vendrían precedidos por el
reinado del Anticristo, cuyo imperio duraría 1290 años. Basándose en el esquema
expuesto por San Agustín en su obra la Ciudad de Dios, el creador de los
Comentarios consideraba que la historia del mundo se estructuraba en seis
edades: Las cinco primeras se extendían entre la creación de Adán y la
crucifixión Jesucristo, mientras que la sexta, posterior a Cristo y
contemporánea a nosotros, debía culminar con el desencadenamiento de los
sucesos profetizados por el Apocalipsis.
Los movimientos de carácter milenarista eran comunes en la
Europa de entonces: En el periodo 760–780 se producen en las Galias toda una
serie de fenómenos astrales que provocan pánico entre la población; un monje
visionario, Juan, predice la llegada del Fin del Mundo en el reinado de
Carlomagno. Aparece en estas mismas fechas el Apocalipsis de Daniel, un texto
escrito en lengua siríaca durante el reinado de la emperatriz Irene en Bizancio
en el que se profetizaban toda una serie de guerras entre árabes, bizantinos y
pueblos del Norte que finalizarían con la llegada del Anticristo.
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Para Beato, los acontecimientos que estaban teniendo lugar
en Hispania (el dominio islámico, la herejía adopcionista, la progresiva
asimilación de los mozárabes...) eran señales que indicaban la proximidad del
eón apocalíptico. Según cuenta Elipando en su Carta de los obispos de Spania a
sus hermanos de la Galia, el abad de Santo Toribio llegó a anunciar a sus
paisanos de la Liébana la llegada del Fin del Mundo para la pascua del año 800:
la víspera de ese día, cientos de aldeanos se agruparon en torno al Monasterio
de Santo Toribio, esperando —aterrados— el prodigio. Durante casi día y medio
permanecieron en aquel lugar sin probar bocado hasta que uno de ellos, de
nombre Ordoño, exclamó: «¡Comamos y bebamos, de manera que si llega el fin del
mundo estemos hartos!».
Las visiones proféticas y milenaristas de Beato de Liébana
tuvieron una huella perdurable en el desarrollo del Reino de Asturias: La
Crónica Profética, que fue redactada en torno al año 880, predice la caída
final del Emirato de Córdoba y la conquista y redención de toda España por el
rey Alfonso III. Asimismo, el icono de la Cruz de la Victoria, que terminó
convirtiéndose el emblema del Reino de Asturias, tiene su origen en un pasaje
del Apocalipsis en el que San Juan tiene la siguiente visión de la Parusía: Ve
a Jesucristo sentado en majestad compañado de nubes y afirmando «Yo soy el Alfa
y la Omega, el principio y el fin, el que Fue, el que Es y el que Será. El
Todopoderoso».[ El uso del lábaro se remonta a tiempos de Constantino el
Grande, que lo empleó durante la célebre batalla del Puente Milvio. Pero en
Asturias, el uso de la Cruz de la Victoria adquirió tintes de veneración. En
casi todas las iglesias prerrománicas aparece grabado dicho icono, a menudo
acompañado de la expresión «Hoc signo tuetur pius, in hoc signo vincitur
inimicus», que se convirtió en el lema de los monarcas asturianos.
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Otro de los legados espirituales del Reino de Asturias lo
constituye el surgimiento de una de las vías de transmisión cultural más
fascinante de Europa: El Camino de Santiago. El primer texto que hace
referencia a la predicación de Santiago el Mayor es el Breviario de los
Apóstoles, texto del siglo VI que cita a un lugar denominado Aca Marmárica como
su lugar de descanso definitivo. San Isidoro de Sevilla insistió en esta idea
en su tratado De ortu et obitu patrium. Siglo y medio después, en tiempos del
rey Mauregato fue compuesto el himno O Dei Verbum en el que se califica al
apóstol de «áurea cabeza de España, nuestro protector y patrono nacional», y se
hace referencia a su predicación en la Península durante las primeras décadas
del cristianismo. Algunos atribuyen dicho himno a Beato, aunque esto es discutido
por los historiadores.
Pero no fue hasta el reinado de Alfonso II cuando desde
Galicia llegaron noticias de un acontecimiento prodigioso: En la diócesis de
Iria Flavia un ermitaño llamado Pelayo había observado durante varias noches
sucesivas resplandores misteriosos sobre el bosque de Libredón. Canciones de
ángeles acompañaban el baile de luminarias. Impresionado por este fenómeno,
Pelayo se presentó ante el obispo de Iria Flavia, Teodomiro, que acudió al
lugar con su séquito. En la espesura del bosque se halló un sepulcro de piedra
con tres cuerpos, que fueron identificados con los del apóstol Santiago el
Mayor y sus dos discípulos, Teodoro y Atanasio. Según la leyenda, el rey
Alfonso fue el primer peregrino en acudir a ver al Apóstol: Durante las noches
que duró el trayecto fue guiado por el curso de la Vía Láctea, que a partir de
ese momento tomaría el nombre popular de Camino de Santiago.
Citas Célebres: